En su poema Las Moscas, Antonio Machado define su juventud con una frase de extraordinaria ternura y lucidez:
…Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia
que da en no creer en nada…
Cuando la leí por primera vez atravesaba yo misma esos años sordos y ciegos, y me pareció una frase arrogante porque uno suele juzgar a los demás mirándose en su propio espejo. Pero quedó en mí como una clave, inquietante y cálida, que he ido comprendiendo, como no podía por menos de ser, con el paso de los años. Es posible que, a nivel individual, la recuperación de la fe después del periodo escéptico que sigue a la muerte de las hadas de la infancia sea un proceso tan natural como el nacimiento de las canas. Sin embargo, la sociedad en la que hemos crecido propende a prolongar más allá de sus años naturales tanto la “juventud dorada” como el ingenuo escepticismo de “esa segunda inocencia”. Y eso no nos ayuda en un proceso de maduración imprescindible para nuestro desarrollo integral.
Esa podría ser la razón de que muchas personas occidentales que profundizan en la práctica del yoga se encuentren antes o después, con mayor o menor conflicto, con lo que podríamos llamar “la cuestión de Īśvara”. Īśvara se traduce como “El Señor”, así, con mayúsculas, como nos hacían llamar en nuestra infancia a ese Dios mítico, generalmente tan mal explicado, del que muchos se escaparon para sentirse más libres. No es de extrañar que, al encontrarlo de nuevo en la esterilla, se produzcan reacciones alérgicas, casi siempre ancladas en dolorosos sentimientos adolescentes mal curados y en dialécticas muy básicas que no han sido revisadas desde entonces. Un conflicto que, como profesores de yoga, tenemos que comprender y acompañar sin desvirtuar por ello con explicaciones complacientes el sistema que estamos enseñando.
Patañjali trata directa y explícitamente el tema de Īśvara en seis sūtra-s (I.23-I.28), seguidos de otros cinco que algunos comentaristas relacionan con los precedentes (I.29-I.33). Además, en tres sūtra-s más nos habla de Īśvara prāṇidhāna, la devoción, considerado como una de las tres condiciones de la práctica de kriya yoga (II.1) y como el último de los cinco niyama-s (II.32 y II.45).
En todo texto que viene de Oriente hay que hacer, además de una traducción idiomática, una traducción cultural. Ni siquiera la enorme universalidad que caracteriza al Yogasūtra se escapa de esta norma. No es lo mismo decir “El Señor” para una persona con un sustrato cultural monoteísta que para alguien que ha nacido y crecido bajo un panteón de dioses prácticamente ilimitado. No es lo mismo decir “devoción” para quien ha sido educado en una religión exclusiva, excluyente y altamente normativa, que para alguien que ha sido acompañado, desde su nacimiento, por toda clase de personificaciones divinas de las fuerzas de la naturaleza, por toda clase de ritos contradictorios que conviven en armonía y que ha heredado como algo cotidiano el maravillado asombro por la vida que en Occidente parece solo reservado a los místicos y a los santos. Teniendo esto en cuenta, vamos a ver el contexto en el que Patañjali sitúa los sūtra-s de Īśvara.
El libro I, Samādhipādaḥ, ‘El camino de la integración’, está considerado como un libro escrito para practicantes avanzados con una mente ya entrenada (será el libro II, Sādhanapādaḥ, ‘El camino de la práctica’, el que explique los pormenores para los principiantes). Los primeros 22 sūtra-s del libro I, explican de modo somero qué es el estado de yoga y qué no lo es, de dónde parte una mente humana, qué debe hacer para alcanzar el estado de yoga (definiendo abhyāsa y vairāgya, la práctica y el desapego) y las condiciones que debe tener el practicante que quiere lograrlo. Estas son tres, śraddhā, vīrya y smṛti: la fe, la fuerza y la memoria (I.20); de ellas, los siguientes sūtra-s, el I.21 y I.22, se ocupan de śraddhā, la fe, como motor de una práctica adecuada, de modo que las variaciones de la fe se verán reflejadas en la mayor o menor eficacia de la práctica. Y es justamente entonces cuando aparecen los sūtra-s de Īśvara comenzando por el I. 23, Īśvaraprāṇidhānadva, que nos sugiere la devoción al Señor como la primera de una serie de opciones que mantendrán nuestra mente estable. La primera, pero no la única. Del I.34 al I.39, en los llamados “sūtra-s del va” (va es una partícula que en ese caso significa ‘ó’) se nos plantean otras varias opciones que van desde la regulación de la respiración hasta la investigación de diferentes procesos mentales, la observación de modelos o cualquier indagación digna de interés. Es, pues, bastante significativo que Patañjali sitúe algo tan etéreo como la devoción al Señor antes que ningún otro método consciente y susceptible de ser aprendido. En este sentido, Frans Moors explica que, si bien śraddhā es un buen punto de partida para Īśvaraprāṇidhāna, existe una diferencia entre ambas. La que va de la confianza en las propias fuerzas a la confianza en algo más grande que uno mismo.
Seguramente todos los que hemos vivido más de treinta años hemos experimentado alguna vez impotencia ante el transcurso de las cosas, y sufrimos de vez en cuando un descenso de nuestra confianza, de nuestra fuerza y también de la memoria de lo que queremos conseguir. Es propio del ser humano desinflarse periódicamente, y, muchas veces, justo cuando está cerca de lograr su objetivo. Porque el objetivo soñado al comenzar el camino suele ser una ilusión infantil que desfigura lo que el espíritu realmente anhela. Y a medida que se avanza hacia él, la ilusión se va cayendo y el objetivo aparece más real e infinitamente más grande y hermoso, pero también más aterrador para la mente infantil con la que comenzamos, y que elaboró el sucedáneo edulcorado que nos hizo ponernos en camino. Es entonces el momento de ofrecer nuestros miedos y nuestra impotencia, pero también nuestro trabajo y nuestra esperanza a una fuerza que transciende nuestra mente humana, pero que nos penetra y de la que formamos parte. Prāṇidhāna se ha traducido como algo luminoso, mantenido y liberador, una rendición que nos alivia de nuestra condición humana sin hacernos renunciar a ella; algo que nos conecta tal y como somos, a través de nuestro espíritu, con un espíritu mayor.
En el sūtra I.24, Īśvara se define como ‘puruṣaviśeṣa, es decir como ‘un espíritu o alma diferente’, que no está afectada por el conjunto de consecuencias de las acciones basadas en los errores (kleśakarmavipākāśayairaparāmṛṣṭaḥ) que nos afligen los humanos. Ahora bien, si nosotros fuéramos capaces de despojarnos de la ignorancia básica ligada a nuestra mente, puruṣa, nuestro espíritu, brillaría a través de nuestros actos. Así considerado, Īśvara, ese alma diferente que una cultura milenaria (y androcéntrica, como la nuestra) definió como ‘El Señor’, se convierte en una fuente de conocimiento, en la referencia de lo que somos en esencia, y por tanto de lo que podemos potenciar para que su luz y su fuerza resplandezcan en nuestra vida.
En los sūtra-s I.27 y I.28, se nos recomienda meditar de manera habitual y consciente en aquello que caracteriza a Īśvara, es decir, en la atemporalidad (I.26) y en la omnisciencia (I.25), unas cualidades que, aunque nosotros no poseamos todavía, nos pueden ayudar a imaginar y ensayar otras formas de ser y de estar en el mundo.
Īśvara no es ni una fuerza creadora ni un dios antropomórfico que hace cosas por y para nosotros (o en nuestra contra); es una fuente de luz abierta incondicionalmente para quienes se acerquen a usarla en su favor. En todo el Yogasūtra no aparece ni una sola vez la palabra ‘amor’, que tanto y tan mal usamos en occidente, tal vez porque ‘amor’ es una palabra humana que le queda chica a lo inefable. Sin embargo, en mi mentalidad occidental, la palabra ‘amor’ me ayuda a entender la gratuidad de una ayuda siempre dispuesta; la misma que los místicos y los santos consiguieron ver en Dios a pesar de la mediocridad de sus representantes.
Al contrario que las demás técnicas para alcanzar el estado de yoga, la devoción no se entrena ni se aprende. Pero periódicamente llama a nuestra puerta, a veces disfrazada de alegría y maravilla, a veces de pérdida y dolor. La práctica de yoga puede ayudarnos a estar preparados para abrir esa puerta sin miedo y con alegría. Como quien reconoce a un amigo del que olvidó todo menos la añoranza por su ausencia.
Luisa Cuerda