Por Víctor Morera
El anterior arquetipo, el amante, representaba un movimiento interior, un regreso a casa. Con el arquetipo del guerrero se inicia otro movimiento hacia el exterior.
Seguros de nosotros mismos y con ideas e ideales más o menos claros, nos lanzamos al mundo, lo queremos transformar, cambiar, conquistar, que imperen nuestras ideas y creencias, que pensamos que son las mejores de las mejores, las más justas y verdaderas. Ponemos todo nuestro esfuerzo en tener éxito, en triunfar.
La vida se convierte en un constante desafío a superar, y según cómo usemos el poder nos podemos convertir en villanos o bienhechores.
Nos convertimos en villanos cuando generamos guerras por poder, por egoísmo material, para dominar e imponer. Nos pasamos la vida cavando trincheras, generando estrategias para una nueva guerra que nos dé más poder, más importancia personal, más riqueza, y en este proceso nos deshumanizamos, ya que somos esclavos del éxito y de los logros.
Este es uno de los arquetipos que cuando está activo en la sociedad causa más dolor, pobreza y desolación.
Pero podemos ser guerreros del bien común, cuando nos esforzamos en pro de un bien saludable para la comunidad, no solamente personal. Cuando somos conscientes de que para conseguir nuestros fines, los medios tienen que ser positivos y respetuosos con las personas, lugares y sus culturas.
Este arquetipo tiene la virtud del coraje y de la disciplina. Es el arquetipo de la acción, del deber. Asumimos la responsabilidad de nuestros actos y actitudes sin caer en el victimismo ni en el orgullo, y aprendemos a conquistarnos a nosotros mismos.
La crisis de este arquetipo nos suele venir cuando nos ocurren vivencias que no podemos controlar, como la enfermedad, un accidente, la pérdida de un ser querido o la proximidad de la propia muerte. Solemos experimentar fragilidad y vulnerabilidad. Comprobamos que ninguna de nuestras conquistas exteriores nos sirven. Entonces, nos caemos del pedestal de nuestra ignorancia, nos derrumbamos, y solo nos tenemos a nosotros mismos. Pero es el momento en el que se puede abrir una ventana para poder valorar lo esencial, para tener el coraje de quitarse la armadura y en la desnudez empezar a conquistar nuestro propio corazón.
Podemos reconocer este arquetipo en Arjuna, el guerrero central de la Bhagavad Gita, y su caída en medio del campo de batalla. Arjuna se encuentra descorazonado y es en esa situación cuando dialoga con Krishna, su Divinidad interior.
Uno de los pensamientos semillas que solemos sugerir en las prácticas de yoga terapéutico es: Que mi vulnerabilidad sea mi fortaleza.