Este arquetipo supone un punto de inflexión en la vida de toda persona, que es asumir su propia responsabilidad y su lugar en la vida. Esta responsabilidad, en la medida que la fuerza de este arquetipo se hace presente, nos pone ante un paso que podemos resumir en esta frase: ya no es lo que los demás y la sociedad me pueden dar, sino lo que yo puedo dar a los demás y a la sociedad. Y este proceso de asumir y gobernar la propia vida, tiene un doble movimiento: por un lado es el dominio del sí mismo y por otro, tener una visión real de lo que nos rodea, de la sociedad que vivimos y con quien estamos y actuar no de forma egoísta y separatividad, sino procurando el bien común.
El dominio de uno mismo
El gobernante tiene como reino su carácter, su personalidad y su contacto con el Alma. Se conoce y tiene el poder de encauzarlas y usarlas, las tiene bajo su gobernanza. Ha transitado por los demás arquetipos, conoce su acción tanto para producir armonía como desarmonía y ahora ese conocimiento lo usa para gobernar el reino interior. Tiene dominio de las pulsaciones del ego, de los hábitos. Los tiene en cuenta, incluso los usa como manera de continuar desarrollándose a la luz del contacto con el Alma.
La acción en el mundo
La familia, los amigos, el pueblo dónde vive, son su reino externo. El orden interno y el dominio de sí mismo hace que su comportamiento sea exquisito y que pueda responder de manera adecuada y no reactiva en cada situación. También es consciente de que ese reino es reflejo de su propio estado interior, ya no pone la responsabilidad ni la culpa fuera, más bien procura entender la situación y actuar de manera responsable y flexible para procurar que en su reino haya abundancia y prosperidad en todos los sentidos. Reconoce sus propios límites y los límites de los tiempos y personas, pero ello no le limita y no renuncia a participar en la acción en el mundo.
El gobernante no impone su criterio ni adoctrina, sino tan solo ordena y pone las cosas en su lugar cuando los equilibrios del reino no producen el bien. También contempla como parte del reino el caos, las crisis, los cambios y la destrucción, porque tienen su lugar y su tiempo. El gobernante opera con ellos con responsabilidad, para generar oportunidades y ampliar los paisajes del reino para que surjan ordenes armónicos mayores.
La acción de este arquetipo en cada uno de nosotros necesita, para que su fuerza no nos lleve a ser reyezuelos tiranos, reconocer los errores y poner los medios para curar las heridas que se hayan derivado de los mismos y, por otro lado, el esfuerzo de la acción, presencia y relación más refinada y noble. En cierta manera, este arquetipo hace que entremos en contacto con los demás arquetipos y volvamos a encontrarnos con sus fuerzas, lo cual mantiene una mayor o menor tensión interna a la cual el gobernante tiene que estar vigilante para que sus acciones produzcan salud y abundancia en su reino. Su anclaje, para ello, es permanecer humildemente en contacto con su propia esencia espiritual y encontrar la sabiduría en su corazón.
Cuando este arquetipo está presente en nuestras vidas y nuestro desarrollo personal llega a la madurez, conociendo cómo operan las fuerzas arquetípicas y las podemos usar, no que nos usen, estamos realmente preparados para el raja yoga, el yoga de lo real, el yoga de los reyes y reinas.