El objetivo principal de la formación en yoga terapéutico es aprender a diseñar prácticas de yoga personalizadas. Cada estudiante experimenta su práctica particular enfocada en el objetivo elegido. La propia práctica diaria les ayuda a percibir la relación entre los efectos de la propuesta y los síntomas que haya querido atender. Durante todo el curso, se muestra ante el grupo su proceso de elaboración, sistematizando la manera de usar y ordenar las diferentes herramientas del yoga.
En su mayoría, estas prácticas tienen una duración entre 20 y 30 minutos y están pensadas para ser realizadas una vez al día. Esto es lo que proponemos en el contexto de la formación. Pero me gustaría señalar que en ciertas circunstancias y con ciertas personas, es muy eficaz indicar prácticas cortas, entre 2 y 5 minutos, repetidas varias veces (idealmente 5) durante el día. Las suelo llamar las «paradas del recuerdo de la intención».
Estas prácticas tienen una doble intención: por un lado hacer un alto, lo cual ayuda a reducir las inercias y hábitos, y por otro recordar la intención, el propósito de aquello que la persona quiera sanar. Son un buen instrumento, si la persona con el tiempo sabe recurrir a ellas en los momentos donde pueda aprender de una situación y hacer algo positivo con ella. Resultan un buen antídoto ante las respuestas automáticas y condicionadas.
Algunas de las prácticas que más recomiendo son el ejercicio de coherencia cardiaca, la repetición del pensamiento semilla junto con un gesto de las manos, conciencia respiratoria o atención a las sensaciones corporales. Os recomiendo tener en consideración esta posibilidad en vuestra práctica como yoga terapeutas.
Finalizo este escrito con anécdota que me sucedió hace años, con un hombre de unos 37 años, el cual era comercial, con mucho estrés y con una vida muy desordenada en cuanto a los horarios de comida, sueño, ya que estaba constantemente viajando. La indicación que le sugerí fue que cada hora se pusiese en el reloj una alarma y que por un minuto cerrara los ojos y que reconociese en el cuerpo un lugar de paz. Al cabo de unos meses volvió acompañado de una mujer cuyo nombre era Paz y me contó que había cambiado de trabajo y que junto con su compañera habían montado un negocio de organización de eventos. Estaba más estresado que antes y me pidió otra recomendación, pero que, a ser posible, no tuviera nombre de mujer.