Este arquetipo y el anterior, el creador son complementarios. El creador exterioriza la acción, el destructor la interioriza para enfrentarse a lo que oscurece el corazón. Se activa en las crisis de identidad, toma conciencia de las tensiones internas, de actitudes y hábitos que son nocivos y regresivos.
Es un arquetipo muy presente en los procesos de transformación personal y social. Cuando se dan las circunstancias que necesitan un cambio, por agotamiento y caducidad de ciertos elementos, aparece con fuerza este arquetipo que viene a destruir “los viejos órdenes”. Viene a poner todo patas arriba.
En el proceso del yoga es una fuerza poderosa que se activa cuando hay una búsqueda sincera y persistente en el desarrollo personal, ya que la misma implica la confrontación interna con aspectos del ego dominante. Cuando aumenta la tensión interna por los patrones automáticos que nos sitúan en zonas de confort y conocidas, pero que ya no nos satisfacen y producen enfermedad, con el anhelo de vivir más relajado, libre y amoroso, donde la vida cobra sentido, se genera la atmosfera interna para que el destructor en nosotros actúe. Es cuando tomamos decisiones más o menos drásticas que implican compromiso con lo nuevo y desconocido, que en el contexto del yoga es el esfuerzo por el cumplimiento de las reglas –yama y niyama– y que las diferentes herramientas sean utilizadas en lo cotidiano.
Los cambios internos no son fáciles y necesitamos el valor de la fe y la confianza en el camino de yoga. El propio caminar tiene muy cercano la conciencia del destructor, si asociamos a este arquetipo la cualidad de tapas, con sus múltiples acepciones: fuego, calor interno purificador, ascetismo interno, ardiente aspiración, entre otras. En la práctica de yoga, tapas está presente en todos los pasos descritos por Patanjali, ya que el ciclo interno de renovación es constante. Esencialmente la práctica de los cinco primeros pasos suponen una purificación de conducta moral, física y psíquica.
Este arquetipo es el destructor de los apegos, las falsas creencias, las opiniones
propias y queridas, y sobre todo del orgullo. Es la fuerza que destruye los viejos pesos y tensiones que impiden y limitan un caminar más ligero y liviano en la senda del yoga. Cuando se permite esta autodestrucción interna, surge la crisis, en la que muy a menudo se siente la falsedad y fraude de determinados aspectos de su vida, y surgen preguntas como: ¿quién soy yo? ¿qué sentido tiene mi vida? El sujeto abandona el pasado y se encarama hacia un futuro incierto. En la incertidumbre de lo nuevo surge el creador en nosotros, el que busca y expresa una verdad mayor y no más entretenimiento ni excitación, ni acumulación de información, aspectos tan comunes en el camino espiritual.
En definitiva, el destructor es el que cuestiona valores, personales y sociales, el que señala y elimina lo caduco y fortalece el desapego y la fe en lo esencial o en Dios. Las sociedades necesitan de aquellos que eliminan los obstáculos, que limpian lo que está caduco o es inútil. Lo triste, como nos ha demostrado la historia, es que se hace de manera violenta y no guiado por el corazón, sino más bien por el poder la ambición y la codicia. Seguramente necesitamos del sufrimiento para transformar y transformarnos.
Cuando este arquetipo no tiene una tierra firme en el corazón, cuando no está guiado por el amor, genera adiciones autodestructivas y violentas.